A continuación reproduzco la reseña que la escritora Cecilia Domínguez Luis ha publicado sobre mi libro Manual de crucificciones en el suplemento El Perseguidor del periódico Diario de Avisos.
MANUAL DE SUPERVIVENCIA
Cecilia Domínguez Luis
Somos creadores inconscientes de nuestros propios sueños; no tanto de nuestros temores, esos fantasmas que pululan también por nuestras horas de vigilia. Unos y otros se convierten, en ocasiones, en espejos deformantes o no de nuestra realidad.
Fantasmas, sueños y espejos conforman y dan título a la primera parte del libro Manual de crucificciones, de Daniel Bernal, publicado por Ediciones Idea, en la colección ÍNDICE que patrocina el Cabildo Insular de Tenerife, once microrrelatos que nos hablan de los fantasmas de nuestros miedos y nuestras culpas; de nuestros deseos por ganar una última batalla. Fantasmas que traen misivas desde el infierno, sueños donde tememos «El zarpazo de la bestia», ese tigre que nos pone en contacto con la oscuridad del instinto, sueños recurrentes en los que descubrimos que somos nuestro peor enemigo.
Inevitablemente que, al despertar, nos esperen los espejos, para que, tal vez como Narciso, busquemos nuestra imagen idealizada ante un espejo que nos devuelve una realidad que rechazamos, para seguir buscando inútilmente un reflejo a nuestra medida.
La segunda parte, de las siete que componen este libro de setenta y siete relatos, se titula Vivencias oblicuas, y está encabezada con una cita del escritor estadounidense Ambrose Bierce, cuya característica principal es su vena satírica, más bien sardónica y que, junto con el título, nos da una pista de lo que vamos a encontrarnos. En esta parte, lo surreal, que ya aparece en el mundo de los sueños, campa por sus fueros, en unos zapatos que cobran vida y sienten miedo a la luz, zapatos que nos llevan a ese «Un zapato de plata, duro y frío, dirigía la orquesta», de Gutiérez Albelo y su Enigma del invitado, o al autor de Crimen, en esa «Habitación 316», que nos transmite la misma angustia que el fragmento «Luna de miel» de Espinosa.
La mirada irónica, casi sarcástica del autor de estos microrrelatos, se cierne sobre nuestros sucesos cotidianos, nuestras manías y nuestras fobias, incluso sobre nuestras veleidades de escritores con «Comitis».
Mitoilógicas reflexiona acerca del engaño que suponen esas creencias impuestas que nos llevan hacia una serie de tabúes de los que, muy difícilmente nos liberamos. Desde el fruto prohibido de un paraíso que no es tal, a la soledad inevitable –acaso merecida– del Yo creador, pasando por la violencia como justificación de la ira divina, la inutilidad del sacrificio y la «Forma primigenia del nepotismo».
No podía faltar la muerte, en Una de las bellas artes, que nos remite, inmediatamente a la obra del escritor Thomas de Quincey, El asesinato considerado como una de las Bellas Artes, y donde el humor negro invade cada uno de los microrrelatos que aquí se recogen. Difuntos que no acaban de serlo, a pesar del “empeño” de algunos de sus deudos, («Julio le tapaba la nariz y la boca con una almohada, Andrea le golpeaba ligeramente la cabeza con una olla…») seguros de vida que son, más bien, seguros de muerte, escuelas para psicópatas, cadáveres que se buscan en la casa, sin saber que lo son, decálogos o instrucciones para matar a alguien o a sí mismo, desfilan a lo largo de esa parte que, como es de esperar, da lugar a Rituales de apareamiento. Tánatos, como siempre, muy cerca de Eros. Cinco relatos que se inician con una cita del escritor japonés Tsutsui, gran especialista en el humor negro que, nuevamente va impregnar las páginas de estos relatos, un humor sin tapujos, donde el sexo y su represión origina situaciones absurdas, que rozan el esperpento, como ocurre con la denuncia a «El ataque de un falo mendicante».
De la condición humana trata de ese lado oscuro, o semi oscuro, que forma parte de nuestra naturaleza: el olvido de nuestros errores, la justificación del propio mal en el otro, el reconocimiento de ser, a la vez, verdugo y víctima, el arraigo de nuestro sentimiento de culpa judeocristiano, se dan cita en estos microrrelatos que acaban, precisamente con el titulado «De la condición humana», que nos muestra la facilidad que tenemos de ver la paja en el ojo ajeno.
Terminamos con Manual de crucificciones –no confundir con crucifixiones, por si acaso– última parte que da título a todo el libro. Se inicia con una «Dialéctica entre Teoría y Praxis», a manera de fábula sin moraleja que dará paso a homenajes a Juan Ramón Jiménez y a Borges, maestro de este género, pero que es, también, un homenaje a la minificción, para terminar con un microrrelato que acaba con una serie de preguntas acerca de la supervivencia de este tipo de escritura: «¿valdrán algo mis páginas? ¿Sobrevive la historia cuando el cuerpo material desaparece?» Y su respuesta: «De ese modo se volvieron más autocríticas. Y, andando el tiempo, prosperó la Metaficción en el reino». Todo un mensaje a navegantes.
Podríamos decir que Manual de crucificciones es un libro que habla de nuestras obsesiones, incluso de las más extrañas y/o inconfesables, donde hay muchos mensajes entre líneas que requieren la complicidad del lector.
Como apunté antes, en muchos de estos relatos se observa la influencia de los surrealistas, sobre todo de Agustín Espinosa y Gutiérrez Albelo, pero también de Borges, de Max Aub, sin olvidar a Kafka.
Daniel Bernal ha hecho un gran trabajo en la selección del lenguaje, para atrapar al lector hasta la sorpresa o el hallazgo final. En primera o en tercera persona, estos microrrelatos nos conducen a un viaje de vértigo del que tomamos parte, nos guste o no. Todo ello con un lenguaje ágil y de potencia expresiva.
Estamos ante un libro que nos conduce, con acierto, –de sobresalto a sobresalto, de la risa al miedo, del humor al asombro– hacia una reflexión sobre nuestra condición humana que es, al fin y al cabo, el tema estrella de cualquier historia.
Por cierto: en ningún momento -como sugiere el narrador de algún microrrelato- echo de menos a las cucarachas.
Tras la publicación, el pasado 21 de febrero, del monográfico sobre Agustín Espinosa que coordiné para el Día de las Letras Canarias, el Diario de Lanzarote me solicitó un artículo sobre la figura del insigne escritor surrealista. En el breve texto, que titulé Agustín Espinosa, explorador de las rutas oníricas, hablo de su importancia en la hora vanguardista de nuestras islas, pero también de su vigencia actual y de su magisterio póstumo. Reproduzco a continuación el artículo.
Este año celebramos que el Día de Las Letras Canarias sirva para homenajear a uno de los escritores más originales de nuestra literatura. Agustín Espinosa (1897-1939) se prodigó en la narrativa, la poesía, el teatro y la crítica, haciendo gala siempre de una imaginación desbordante. Su entrega a la palabra y la reflexión también cuajó en excelentes conferencias como Media hora jugando a los dados o Sobre el signo de Viera.
La personalidad creativa de nuestro autor se caracterizó por la inquietud y la búsqueda incesante. Así nacieron sus páginas mejores, que destilan frescura e inventiva, ironía y humor. Su dos obras más notables presentan una mezcla de elementos provenientes de distintos géneros. Así procede en Lancelot, 28º-7º, donde realiza una recreación mítica y poética de Lanzarote, y en Crimen, la considerada por numerosos estudiosos como la obra cumbre de la prosa surrealista en español. Crimen es, además, un canto a la libertad expresiva y al poder liberador de la fabulación. Es de destacar su fuerza arrolladora, su arriesgada propuesta, la configuración de una poética subversiva.
La impronta que nos ha dejado, no obstante, no se limita a sus creaciones individuales, sino que se prolonga en la actividad cultural que desarrolló en los años 20 y 30 del pasado siglo. Llegó a ser el faro imantador de las vanguardias y uno de los ejes de atracción de la nueva literatura. En ese sentido cabría resaltar sus colaboraciones en las revistas La Rosa de los Vientos o Gaceta de Arte. Dentro de esta última formó parte del núcleo de escritores que el crítico Domingo Pérez Minik bautizaría como facción surrealista de Tenerife.
Tras su muerte, la obra de Agustín Espinosa sufrió un dilatado silencio hasta 1974, fecha en la que Taller de Ediciones JB editó en un solo volumen Lancelot, 28º-7º, Crimen y Media hora jugando a los dados. A partir de ahí, empezó una labor de recuperación que no ha cesado aún. Destaca, entre los grandes investigadores de su figura, el profesor Miguel Pérez Corrales.
Hace unos años, un importante periodista cultural hizo un llamamiento para que numerosos escritores insulares respondieran a una encuesta sobre las obras y autores más influyentes en su propia escritura. La mayor parte citó a Espinosa como uno de sus referentes. Esto nos da la medida de cómo la obra espinosiana continúa viva en nuestra tradición literaria, marcando y estimulando a generaciones posteriores.
Espinosa cartografió con interés las propuestas artísticas de vanguardia que se producían en Europa en su momento al tiempo que navegaba en la tradición literaria insular. Internarse en su obra es asistir, de su mano, a la exploración de las rutas oníricas, a una travesía por los fértiles paisajes del sueño.