PEZ SOLAR
Hay un pez solar en la memoria,
un círculo liviano, fresco asombro,
escamas ásperas que silban,
amplios campos de pinos,
hojas sin más nervios
que un reflejo en la cúspide,
albatros situándose en los bordes
imprecisos y oscuros del tiempo.
Un tejido de sol,
red de afectos tensados en el arco,
una puntada de sed en el agua misma.
Todo se hace transparente y todo
se nubla entre estos frutos.
Yace en el suelo su cuerpo
hermoso y desnudo. Yace
en la urdimbre refractaria
el recuerdo de las amatistas,
los hilos socavan esta espesura
que la mirada atenta percibe.
Reconozco este instante
entre los nudos abisales:
parte la hora de la alucinación,
de las elipsis, presencia de unas
ramas dobladas por sus manos.
No hay más lenguaje que su cuerpo
y en sus sintagmas me pierdo,
hipogrifo ardiente, en sus minutos
condecorados de delfines.
VER
una lámpara arroja su luz
sobre tus miembros
perfila las alboradas piernas
sigilosas manzanas
ámbitos del clarear
pulpa sin remedio
no hay luz no hay cuerpo
cunde raíz persiste tacto
instante lúcido brama
barca del ser que se extravía
no ver ansia o color
dentro de la almendra
ver muerte
III
pernocto en un río nocturno
mi asidero en las ventanas fúlgidas
donde los ojos se aproximan
y son ya tacto
elemental
pura ficción del roce
V
Aquí habito las ondas
crecientes,
senos líquidos se forman
y la llaga arde en el pensamiento.
Hiendes la aldaba, animal
hecho de agua y de latido,
arborescente música en la que fluyo.
VII
Aléjate,
inicia la diáspora
diana sin blanco
trauma en el centro
propaga el sentido
de esta vigilia
en este trigo puro mastica la niebla
lémur
en este pan se engendra la nada.
XI
Ejerce el tiempo
una presión
sobre nubes en fuga:
medita el árbol taciturno su eclosión
primera
y
siento en mí una lluvia delirante,
con trópicos,
que atraviesa mis huesos
hasta la médula.
Árboles frenéticos se extravían,
irradia el tiempo sus contradicciones
entre las ramas tocadas apenas
por los hilos graves
del óxido.
Cada mediodía es un letargo que evoca su ofrenda.
IV
todo sol es hábito bucal
iluminante
de espacios inmensos, de olas
pedregosas.
cubierta de ansia
la isla exhala sucedáneos
de caricias
grito
vibrante sol sobre una tierra
hecha de círculos irregulares
con dientes, con letras,
con óbito indeciso
en la sonoridad del espacio.
llama, llama.
arde la visión
el ojo arde.
sonoros mecanismos transcurren
desde la arquitectura del mar
hacia el origen seminal del frío.
XV
en invierno la metamorfosis
córnea
cuenco o mano cóncava
en la mar tú
vocablo espiral cenizas
constituyo así la posibilidad
encarnada de una ley más clara
que la nube
invierno sobre invierno
signo en éxtasis
disuelta la realidad, rasgados sus tejidos,
tiro de una hebra y existo
en estas sustancias gimientes,
proa con forma de herida:
todo duerme en la conciencia de un umbral:
indefinible exterminio,
habitar esta indomable conquista de la lepra.
XVII
quieres escribir olvido
pero la garra del lémur aprieta
entre los fuegos rituales
hay desgarradura hay cal
hay escaleras que conducen
a los sapos
quieres escribir olvido
y todo es grieta en la garganta
en la lengua eyaculan los dioses
sus hierbas curativas
no hay espacio entre los signos que no sea
nocturno surtidor de sierpes
XVIII
El cadáver de la luz es nuestro exilio.
Arpegios del sol sucumben y se arrastran
entre las venas límpidas de los élitros
que el escarabajo nocturno finge
con sonrisa extraña. En el idioma
de las lámparas fluyen las razones
del vuelo interminable que nos roza.
Los tambores del alba anuncian
un estruendo de metales que cercenan
la tierra y su simiente. De puro cristal
es la atmósfera en que yerra tu respiración.
Esta mañana sorda acontece en paisaje,
en anagramas recoge sus silencios,
entrevistos los cordeles, el enigma, la serena
definición en un tiempo acuoso. Exploras
la fría pesadumbre de la madera, su acto
y su potencia de raíz semítica. Desconoces
las líneas del destino, las placas litosféricas
que aguantan tu paso. Cautivo de los dioses,
el follaje no es sino un zumo verde y líquido
que abruma.
Ser y tiempo colapsan en una inercia
periódica de frenesíes. Lentamente,
sientes el ritmo natural que todo umbral
expresa en su arquitectura de huesos
detenidos. Huye de esta pesada pertenencia
a la claridad, de sus leyes letárgicas.
Aborrece el óxido que la turba lame,
el alcohol proscrito y anhelado. Acompasa
tu tiempo al tiempo de los colibríes,
mezcla la sangre y la saliva en el rito
del destierro. Contempla al tigre,
enfréntate a los lémures desesperados.
Toda reacción es un teorema inabarcable.
Procrea en el don de la miseria.
El cadáver de la luz es nuestro exilio.