«La brevedad nos exige prestar más atención al detalle».
Benito Romero, Horizontes circulares.
El microrrelato es un género que, en lo que llevamos de siglo, ha recibido una atención cada vez mayor tanto por los lectores como por la crítica. Fruto de ello ha sido la proliferación de obras, colecciones editoriales, premios y medios que han acogido estas breves píldoras narrativas.
En Canarias el fenómeno ha tenido varios hitos reconocibles. El primero sería la celebración de las Jornadas Internacionales de Minificción Literaria que tuvieron lugar en 2008 en La Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, bajo la coordinación del profesor Osvaldo Rodríguez Pérez. Las Actas fueron publicadas con el título Los mundos de la minificción. Carlos de la Fe se encargó de elaborar una antología que tuvo el mérito de jugar un rol iniciático, Antología del microrrelato en Canarias (2009), pero que se queda corta desde el panorama del microrrelato hoy. Más reciente resultan los estudios de Darío Hernández, quien ha recogido el testigo del profesor Osvaldo Rodríguez Pérez y ha sido el impulsor del Simposio Canario de Minificción en la Universidad de La Laguna, que tuvo su primera convocatoria en 2015, la segunda en 2017 y la tercera se celebró en otoño de 2019.
Quisiera rescatar el nombre de cinco escritoras de microrrelatos que desarrollan su actividad en estas ínsulas. Las cinco, además, pasaron por los Encuentros de Escritoras de Microrrelatos que coordinamos Yurena González Herrera y yo mismo en la Librería de Mujeres. Las cinco han compartido páginas en las principales revistas electrónicas dedicadas al género y, aunque se puedan establecer nexos entre ellas, veremos cómo cada una ha avanzado en direcciones distintas.
Las autoras que abordaremos en esta ocasión son: Carmen de la Rosa, Ana Vidal, Belén Lorenzo, Yurena González Herrera y Paola Tena. Dejamos para otro momento la aproximación a la obra notable de otras microrrelatistas como Dolores Campos Herrero, Judith Bosch o María Gutiérrez.
Carmen de la Rosa
Carmen de la Rosa (1964) es médico rehabilitadora. Ha publicado el libro de relatos Todo vuela (2007). Sus brevedades han sido recogidas en varias antologías y publicaciones periódicas. En Acordeón ha compilado una selección de sus microtextos. En ellos predomina el elemento fantástico o la lógica del extrañamiento y suelen tener una extensión de media página, salvo un par de relatos que sirven como bordes o fronteras del volumen, ya que se ubican al principio y al final del libro, y tienen una extensión mayor. Sus virtudes esenciales a la hora de contar radican en la precisión, la claridad y la resolución sorpresiva. Su prosa es límpida y exacta.
Algunas de las exploraciones de Carmen de la Rosa suponen la incursión en la pátina de cotidianidad que recubre la existencia subyacente de lo asombroso. Sus piezas abundan en inmersiones en lo fantástico, muchas veces naturalizando lo extraño con sutileza. Brotan también otros aspectos como el humor negro («Cien pensionistas»), la ironía que preside las singulares contradicciones de la existencia («Mal de páginas») y que también es usada como arma crítica (como en las dos versiones diferentes de «Requisito indispensable para que una mujer real se convierta en princesa», donde la reinterpretación del papel de princesa sirve para efectuar una crítica a los roles que tradicionalmente se han asignado a las mujeres a través de los cuentos de hadas), incluso la ternura (así en «Imprevisto» o «Mi perro y yo»), la metaliteratura («Decimonónico Ruso») y las variaciones sobre un mismo patrón narrativo.
La autora domina sabiamente uno de los elementos más conspicuos del microrrelato: la elipsis, sustentadora de gran parte de los textos.
Analicemos, siquiera brevemente, la dosificación de la información y los distintos tonos que vamos descubriendo en «Muñecas de mamá»: el comienzo edulcorado del primer sintagma ―que marcará el primer punto de contraste―, el horror disciplinario primero intuido y luego confirmado, el oneroso cumplimiento de la voluntad ajena y su ritual desagradable, la desazón y la crueldad contenida, el diminutivo del último sustantivo que revela la antinomia entre el atroz deseo de las niñas y su expresión aparentemente delicada ―que marca el último punto de contraste―:
MUÑECAS DE MAMÁ
Vestidas de rosa, nuestras trenzas bien tirantes, mi hermana y yo tocamos el violín cada domingo en el salón delante de las visitas. Atentas a no desafinar porque entonces mamá enarca sus cejas y nuestros dedos tiemblan, presintiendo otra tarde de encierro en el cuarto oscuro. Después agradecemos los aplausos con reverencias y soportamos los besos de carmín pringoso de las señoras melómanas. Nos retiramos en silencio a nuestra habitación, hacemos los deberes del lunes, nos aburrimos, escribimos otra vez la palabra auxilio en el vaho que empaña los cristales de la ventana. Y cuando cae la noche, arrodilladas junto a nuestras camas, rezamos en voz baja, para que a mamá se la lleve pronto Dios al cielo junto a los abuelitos.
La circularidad, en términos simbólicos, nos remite a nociones de unidad en la diversidad: señalización de los ciclos de transformación en su completud. En ello hay, pues, tanto la idea de la pervivencia del Uno ―por encima de lo múltiple―, como de la transformación: variaciones cíclicas que se repiten y que, al fin y al cabo, establecen el principio de identidad universal de todas las cosas. En las obras de Carmen de la Rosa vemos el desarrollo circular de las tramas y también esta circularidad se plasma en otros rasgos: en el gusto por las variaciones sujetas a un mismo principio rector y la conexión analógica entre los distintos tejidos de la realidad (como ocurre en «Tapiz»).
Carmen de la Rosa ejerce una rutilante labor de francotiradora verbal: allí donde apunta, sin desperdiciar elementos nutricios, logra clavar el golpe narrativo. Sabe adónde quiere llegar y eso se nota en la pulidez que alcanzan sus obras.
Ana Vidal
Ana Vidal (1973), radicada en la isla de La Palma, estudió Derecho y trabaja como redactora para una editorial jurídica. Ha publicado Érase de una vez (2016). En el título ya se verifica una de las estrategias más socorridas para esta autora: el juego de palabras, los dobles sentidos. Asimismo, la deconstrucción de vocablos, tópicos y refranes le sirve como mecanismo de inspiración para dar a luz unas historias con una gran economía de medios. La interpretación literal de una expresión, o la muda que sufren determinadas situaciones, son otros mecanismos que utiliza la autora para ofrecernos un mundo poblado de mutaciones, de sobresaltos. También cabe destacar el cuidado que pone en el lenguaje: la enumeración precisa, la imagen vistosa, la equidistancia que guarda (que sabe guardar) entre la reducción extrema y el exceso innecesario.
Érase de una vez está dividido en cuatro secciones (más un micro introductorio y uno final que no se incorporan a sección alguna): «Quien a los suyos padece», «Me hubiera cansado contigo», «Hasta aquí hemos llagado» y «Nosotros que nos morimos tanto». Esta organización trasluce una coherencia temática interna.
En «Quien a los suyos padece» nos topamos con historias sobre personas próximas, sobre todo deudos. La casa, el pueblo y el ámbito familiar están muy presentes. Historias que van desde el nacimiento de la nostalgia, a seres no nacidos que se rebelan; incluso tramas truculentas como alguna madre que recomienda comer verdura al nene ya que queda poca carne del padre o algún padre que hace las veces de padre y madre tras un asesinato.
En la segunda sección, «Me hubiera cansado contigo», se recogen narraciones que, siguiendo el tono general, abundan en las relaciones de parejas. Los textos orbitan alrededor del amor y del erotismo y, con cierta frecuencia, los microrrelatos adquieren la forma de un yo enunciativo que se dirige a una segunda persona. Así, hay parejas a las que les gusta ser tristes, seres imaginarios como las arenosas ―que recogen efebos en la playa para catarlos en su cueva―. Y también la pasión halla hueco, bien bajo el prisma del recorrido por los pasillos de la literatura o de la degustación de cuerpos sazonados para comer ―amorosamente― cual mantis religiosa.
Por su parte, en la sección titulada «Hasta aquí hemos llagado» cobran especial atención las relaciones interpersonales: sus crisis, sus problemas, su fecha de caducidad o agotamiento, sus rupturas y sus olvidos, y la exploración que el azar o el destino tienen en todo ello. Ana Vidal no pierde nunca la brújula metafórica para alumbrar ingeniosas formas de plasmar los vínculos.
Y, finalmente, en «Nosotros que nos morimos tanto», la muerte y los muertos cobran vida literaria: muertos en vida y muertos muy vivos, personajes que mueren de sueño o que son borrados por un lapicero, niños siniestros y homicidas o fantasmales, y cenizas fúnebres que tocan pianos.
El libro destila ternura incluso cuando aborda tramas turbadoras. En el fondo de cada historia late la pulsión de lo imposible o la bruma de la fatalidad.
LA LOCA DEL TIEMPO
Estoy aquí porque una mañana mi marido me dio los buenos días y yo le contesté que había lluvias débiles para desayunar. Le eché dos gotas de leche en el café y me fui al trabajo. Al llegar allí revelé a mis compañeros el pronóstico reservado que guardaba para el jefe. Tormenta de informes de gastos, sequía de nóminas durante unos meses y la recomendación de acudir con el cinturón de la gabardina bien atado hasta nuevo aviso. Ante los nubarrones en los ojos de unos y los torrentes de gritos de otros, decidí irme a tomar el aire que, al menos, estaba quieto.
Tras varios días de rayos y truenos en la cabeza, me desperté aquí, con este pijama de gotas incesantes y unas nubes que parecen no despegarse nunca, por más que él venga a visitarme y llore una lluvia salada que inunda el cuarto y yo le pida que pare mientras me sujeto a la cama como tabla de salvación.
Lo de Ana Vidal con el lenguaje, con su mimo, su cuidado, con las chispas que logra encender desde resquicios asombrosos, se antoja profesión de magia o hechicería. Ana Vidal, con Quevedo, podría decir aquello de que el mundo la ha hechizado, lo que acaso sea verdad, pero no deja de ser un enunciado incompleto; porque si a ella la hechiza el mundo con sus prodigios, ella, a su vez, prodiga sus habilidades taumatúrgicas con sus lectores.
Belén Lorenzo
Belén Lorenzo (1980) es Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de La Laguna y en Ciencias de la Música por la Universidad de la Rioja. Es Especialista Universitario en Archivística y ejerce profesionalmente de Archivera Municipal en el Ayuntamiento de San Andrés y Sauces. Podemos acercarnos a su faceta como microrrelatista a través de sus libros Breve historia de un cuento que soñaba con ser un título (2014) y Etéreos (2019). También ha cultivado la poesía y el aforismo en volúmenes como Leo en las calles (2016) y A pesar de todo (2017). Vive en La Palma, como Ana Vidal, y representa la quintaesencia del despojamiento verbal.
Breve historia de un cuento que soñaba con ser un título recoge textos que, en su mayoría, apenas tienen una línea o dos. Pertenecen, por tanto, a la subcategoría de hiperbreves para cuya existencia o adscripción el teórico David Lagmanovich (Espéculo, nº 32) establece la condición ineludible de contener menos de 20 palabras (incluyendo las pertenecientes al título). En semejantes condiciones de jibarización, los micros de Belén Lorenzo bordean en muchas ocasiones el aforismo o la greguería, moviéndose en esa frontera difusa donde el adelgazamiento de la anécdota narrativa pone en primera instancia esas otras fórmulas colindantes. Es por ello que algunos de sus textos problematizan, debido al adelgazamiento narrativo, la categoría misma de microrrelato y pueden servir para esas disputas entre teóricos puristas y otros como Lauro Zavala para quien la propia naturaleza del microrrelato o minicuento entraña la posibilidad de la hibridación genérica. Zavala escribe en El cuento ultracorto bajo el microscopio (Revista de Literatura, vol. 64, nº 128, págs. 539-553) lo siguiente:
«En el estudio de estos minicuentos es necesario considerar, además de la brevedad extrema, los siguientes elementos característicos: diversas estrategias de intertextualidad (hibridación genérica, silepsis, alusión, citación y parodia); diversas clases de metaficción (en el plano narrativo: construcción en abismo, metalepsis, diálogo con el lector; en el plano lingüístico: juegos de lenguaje como lipogramas, tautogramas o repeticiones lúdicas); diversas clases de ambigüedad semántica (final sorpresivo o enigmático), y diversas formas de humor (intertextual) y de ironía (necesariamente inestable)».
Los títulos de las piezas suelen jugar un papel relevante en la configuración de la experiencia lectora: al terminar de leer las «narraciones» podemos percibir cómo se produce una resignificación de los mismos (muchas veces sustituyendo una primera impresión de lectura en términos abstractos por una interpretación literal). Asimismo, hay un gusto por las paradojas. Cuando Belén Lorenzo bosqueja sus historias, el malabarismo lúdico con el lenguaje parece ser su manantial de ideas.
Leamos algunas de sus brevedades:
AMOR LÍQUIDO
Sin darse cuenta se fue filtrando por cada grieta de su corazón roto.
ANUNCIO CLASIFICADO
Hombre tormentoso busca mujer de nubosidad variable para relación inestable.
MONTERROSO Y LA CRIPTOMNESIA
Cuando despertó en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, el dinosaurio todavía estaba allí.
CREACIÓN
Al séptimo día, comprobó con espanto que le habían sobrado piezas.
RESPUESTA PRECIPITADA
Noé, decide ya: ¿qué hacemos con las sirenas?
Los microrrelatos de Etéreos tienen una extensión un poco mayor que los de su anterior libro, y ello redunda en que aquí la narratividad es más ostensible. Curiosa, cuando menos (por la novedad que aporta frente a su obra precedente), la mirada insular que destilan los textos. Ayuda a ello la mención a espacios geográficos concretos y a ámbitos identificables como enclaves significativos de la isla.
Algunas imágenes diseminadas aquí y acullá logran dejar honda huella. Cobran especial protagonismo el vagabundeo por la ciudad, los afectos (el amor y sus derivaciones), el juego y la experimentación, la desmitificación de algún estereotipo como Caperucita. También se tematiza el problema con el paso del tiempo y nuestra difícil asunción de ello, amén de la distancia y cómo afecta a los vínculos.
Pienso que los cambios, las situaciones y los propios personajes beben de la condición etérea a la que alude el título. Como si el viento que arrecia sobre la isla insuflara de aire todo y la realidad adquiriese así consistencia vaporosa. Los personajes de este volumen configuran un mosaico, un conglomerado, una geografía humana persistente: músicos, profesores, ancianos y niños, escritores...
Yurena González Herrera
Yurena González Herrera (1980) es historiadora y bibliotecaria. Se ha formado como gestora cultural. Coorganizó los Encuentros de Escritoras de Microrrelatos en la Librería de Mujeres de Canarias. Ha impartido talleres de creación para jóvenes y adultos. Fue secretaria de la Sección de Literatura y Teatro del Ateneo de La Laguna en el bienio 2017-2018. Es una de las fundadoras de REM (Red de Escritoras Microficcionistas). Ha reunido en El diablo se esconde en los detalles (2016) un conjunto de microrrelatos que exploran las sombras del ser humano, su lado más perverso y criminal. Con toques de literatura noir, también se filtran algunos textos que exploran lo fantástico. Sobre la diversidad de tonos y estilos presentes en el libro (más allá de la base predominante a la que hemos aludido), escribió el investigador Darío Hernández (Revista de Filología de la Universidad de La Laguna, nº 35, 2017, págs. 304-305):
«De esta forma, encontraremos, junto a composiciones de corte más realista (“Alfombra roja”), otras de estética fantástica (“Helenova”), muy a menudo vinculadas, además, con lo terrorífico (“Monstruos junto a la cama”) o entremezcladas con lo onírico (“El libro de arena”); y, en convivencia con los microrrelatos puramente narrativos, otros donde la expresión lírica se entremete sutilmente».
El periodista y director del suplemento cultural El Perseguidor, Eduardo García Rojas, saludó El diablo se esconde en los detalles como una de las sorpresas del año (2016). Y añadió: «Y supone una sorpresa porque el color de este conjunto de microrrelatos es el negro. Y en otras ocasiones, el rojo también. No soy un entusiasta de las historias breves (microrrelatos los llaman ahora) pero en este caso sí que muchas de ellas me desarmaron». La principal estrategia que pone en práctica esta autora es la elipsis y la condensación.
En El diablo se esconde en los detalles encontraremos juegos con el lenguaje (con giros verbales que soportan toda la tensión del texto como en «El violinista»), referencias intertextuales al mundo audiovisual (a la serie Twin Peaks, o a películas como El resplandor, Blade Runner o Jumper), micros que se adscriben a series en las que cada uno aporta una pieza para interpretar el mismo hecho desde perspectivas distintas. Numerosos relatos nos muestran a narradores en primera persona, protagonistas y testigos, o víctimas potenciales. Esto produce un acercamiento del lector a lo narrado: dada la brevedad de los propios textos, no hay tiempo para un discurrir que ayude a intercalar pormenores. En cambio, la frecuente utilización de narradores cómplices contribuye a que la propia narración simule un fragmento de diálogo con el lector que, de inmediato, se siente interpelado e inmiscuido en los hechos. Asimismo, Yurena González Herrera pone en juego la elusión de elementos informativos que, acompañada de una formulación cuasi poética, sirven para crear microficciones de una gran densidad metafórica, con finales abiertos al vértigo de las posibilidades. Ambas formas de narrar cohabitan en este volumen.
Hay narraciones con un carácter más realista y otras de corte fantástico. La insinuación de lo fantástico aflora en «La ley del silencio», donde soterramiento y disimulo colectivo se reparten entre la población de una localidad temerosa. El tema del doble es abordado en varias ficciones desde distintos ángulos; en «Doppelgänger» hay una curiosa tonalidad kafkiana. Muchos de los microrrelatos que tocan el horror desde lo sobrenatural siguen un dispositivo de sugerencias: no se trata, parece decirnos la autora, de enseñar el rostro de lo monstruoso o de la ignominia, sino de indicar veladamente su presencia y el subsiguiente estado de miedo que genera. Se incurre, pues, en el arte de la prestidigitación con sensaciones y ambientes. Una de las grandes referencias de la autora en cuanto a lo fantástico es Lovecraft, de quien bebe en la creación de ciertas atmósferas. Le rinde un homenaje explícito en «Love of craft».
Por el libro pululan seres que disfrazan, tras una superficie de normalidad o de éxito, las ansias violentas o la avidez por la sangre. El arco de estos personajes va desde un tirano hasta una estrella cinematográfica. La tendencia al enmascaramiento se desarrolla gracias al antifaz de normalidad que adquieren muchos de ellos: de ahí la dificultad de detectar su verdadera naturaleza, que solo se atisba a través de pormenores.
El diablo se esconde en los detalles apuntaría, pues, tanto a una exploración de los múltiples mecanismos en los que la maldad se manifiesta (crueldad, tortura, asesinato, odio, rechazo, vejación), como a un desvelamiento de los distintos roles que cada sujeto asume en la sociedad. Este volumen de microrrelatos nos lleva a contemplar el lado ominoso de ese pequeño teatro que es nuestro mundo.
Sobre Yurena González Herrera ha afirmado el escritor Rubén Mettini lo siguiente: «Construye sus cuentos como un orfebre, trabajando cada palabra con finura y delicadeza, con poesía, con plena conciencia de hacia dónde quiere dirigir su trama, abriendo un camino entre esas 100 o 200 palabras no para aclarar, sino construir una red donde el lector quede atrapado, a veces desconcertado».
Aquí uno de los microrrelatos de El diablo se esconde en los detalles:
DEMÓFILO
Durante los veinte años de su mandato no repitió plato una sola vez: se deleitaba con manjares de las montañas, productos de la zona, frutos de la tierra. Veinte dictatoriales años y sus miles de desayunos, almuerzos y cenas con sus correspondientes fiestas y celebraciones. La sangre de ciudadanos y esclavos corría por las copas y a los platos. Amaba a su pueblo y el sabor de su miedo.
Este año 2020 ha publicado su segundo libro de microrrelatos que lleva por título Carcoma. Tanto el poeta Víktor Gómez Ferrer como el periodista Eduardo García Rojas han saludado la obra vindicando sus cualidades poéticas y su intensidad expresiva, respectivamente.
Paola Tena
Paola Tena (1980) es pediatra. Ha impartido talleres de creación y publicado sus textos en diversas antologías y revistas. Ha editado la plaquette Las pequeñas cosas, compuesto por 18 textos, en el que se rastrea una voluntad lúdica, de juego permanente con el lector. A propósito de ello, recordemos la vinculación con el juego que establecía el antropólogo Alexander Alland (The Artistic Animal: An Inquiry into Biological Roots of Art) en su definición de arte, que sería, nos dice, «un juego con la forma que produce algún tipo de transformación-representación estéticamente lograda». El aspecto lúdico de la composición se prolonga en la cubierta del envoltorio del fanzine o plaquette, donde figura una tabla con la «Información nutricional» del volumen, con una sintética relación de lo que hallaremos dentro. Los textos aparecen acompañados por imágenes que aportan, en más de una ocasión, una visión complementaria, cerrando la interpretación. Así acaece, por ejemplo, en «Vestido para trabajar»: el todopoderoso rey Luis XIV se nos muestra vestido de tal guisa que es imposible no imaginar una interpretación latente sobre la oficial de dicho exceso de vestuario:
«¿Otra vez el pretexto del trabajo? Mírate, vamos: peluca rizada, cara empolvada, medias y zapatos rojos de tacón. Luis, estoy sospechando que tú no trabajas de Rey como me dijiste...».
Paola Tena aplica el juego textual de distintas maneras. En «Anuncios de ocasión» el microrrelato adquiere la forma de un anuncio clasificado que habla de buscar jinetes experimentados para el Apocalipsis. En «Miedo al compromiso» se reinterpreta el mito de Teseo y Ariadna de tal forma que el hilo tendido para ayudar a Teseo simboliza el compromiso; su corte implica el miedo a que se materialice dicha unión por parte del héroe griego. En este microrrelato, además, la disposición espacial de la escritura remeda, precisamente, el laberinto. La recursividad puede apreciarse en «Hija única»: una niña tiene un amigo imaginario para olvidar su soledad; al final se revela que su madre hizo eso mismo con ella al enterarse de que no podía tener hijos: ello supone una mise en abyme en la que el ser imaginario crea a su vez otro ser imaginario. No sería descabellado atisbar aquí una reminiscencia del relato «Las ruinas circulares» de Jorge Luis Borges.
En esta plaquette figuran obras brevísimas, a veces solo de una línea. Con posterioridad, Paola Tena publicó un libro de idéntico título: Las pequeñas cosas (2017), que incorpora textos de la plaquette (despojados del componente visual) más otros de mayor extensión.
Su narrativa se sitúa en una vía de convergencia con autores como Cortázar o Juan José Arreola. Humor y fantasía pueblan sus frutos. Un sutil sentido de la ironía le permite contar lo maravilloso o cruel como si fuera una trivialidad más, generando con ello unos relatos proclives a suscitar sonrisas. Aunque, en ocasiones, esté implícita alguna pequeña tragedia. La escritora Cecilia Domínguez Luis ha dicho al respecto: «Pero si hay algo que destaca en estos relatos de Paola Tena es la ironía, a veces sutil, otras satírica y a veces cáustica».
Para generar la extrañeza o hacer brotar lo fantástico, Paola Tena se vale tanto de la inversión de la perspectiva común o conocida (verbigracia, en «Carnaval» la inversión comporta que las personas se disfracen de gente normal, o en «Cirugía plástica», donde una mujer al envejecer se estira el cerebro para resultar más atractiva) como de la literalidad (lo que Manu Espada viene a denominar en Las herramientas del microrrelato la desactivación de la metáfora; así en «Herencia», por ejemplo, la expresión metafórica tener los ojos de tu abuelo desemboca en una versión literal de los hechos ―una vez desactivada la metáfora en un contexto que permite el juego de palabras―).
SEMILLA DE SIRENA
Nació en un pueblo de pescadores. Y una noche su abuela le contó un secreto: las perlas son en realidad semillas de sirena. Años después sentado en el borde del muelle, entrevió una ostra sobre el lecho rocoso y poco profundo del mar. Hundió la blanca mano para alcanzarla, agitando las aguas con remolinos de arena y cuando la abrió, descubrió dentro una perla redondita y brillante. Se llenó de alegría, la guardó en el bolsillo de su pantalón como quien esconde un tesoro, y volvió corriendo a casa. La sembró en una maceta llena de arena que regaba a diario con agua de mar. Justo el día de su cumpleaños brotó una sirena, primero un pequeño germen, una mujercita diminuta de sedoso cabello rojo, que con los días fue creciendo y creciendo hasta alcanzar el tamaño de una mujer de verdad. Celebraron una boda secreta con una tortuga marina y dos gaviotas por testigos, se juraron amor eterno y al final, ella lo tomó de la mano y se adentraron en el mar. Nadie volvió a verlo, ni supieron más de él. Si tú preguntas por ahí, sabrás que la gente del pueblo no recuerda a ninguna mujer-pez, pero a él sí. Dicen que se perdió entre las dunas, o que quizá se ahogó una noche, o incluso que vendió la perla y ahora es rico. Los más entendidos en las cosas de la vida saben que habita en el fondo del océano, con su esposa sirena de cabellos rojos, donde ya nadie le llama el loco del pueblo.
Ha publicado recientemente un nuevo volumen de microrrelatos: Cordón colorado.
La obra de Paola Tena es, sin asomo de dudas, brillante e imprescindible. Su entrega al tejido de brevedades es profesión de disciplina transmutada en feliz caudal por el talento.